Artist/Printmaker
YR-1980s-Alaska-Mountains_W1500px.jpg

YR a favor de la naturaleza

A favor de la naturaleza

En mi vida he tenido la suerte de haber vivido en lugares de gran belleza y, quizás por esta razón, siento inquietud por el deterioro imparable del medio ambiente.

Suelo decir que nací como artista en Alaska. Allí descubrí mi vocación. Me impactó la naturaleza. En Alaska empecé a darme cuenta del valor del medio natural, porque resultaba evidente que había un equilibrio frágil y que allí los humanos casi sobrábamos.

Como artista, quisiera que la belleza -¡porque la hay!- sea un bien a proteger. El deterioro de los mares y los bosques es evidente a simple vista. Es necesario que nos concienciemos, porque todo el mundo tiene que colaborar; que dejemos la prepotencia humana, porque somos uno más entre los seres vivos que compartimos este planeta.

El cambio climático y sus consecuencias están naturalmente en la agenda de los defensores de la naturaleza y hay mucha información sobre advertencias de los científicos. Mi forma de expresar mis preocupaciones y sentimientos es visual, a través de mis obras. Desearía transmitir este mensaje con mi arte, aunque solo sea una vocecita más (for what it’s worth).

En Galicia, donde tengo un estudio, sufrimos la catástrofe que supuso el vertido del Prestige. Al agredir los océanos y los bosques estamos acabando con dos de las válvulas de escape del CO2 y acelerando aún más el cambio climático. Me pregunto si el daño es irreversible…He dedicado mis últimos proyectos a los temas que más me preocupan: el cambio climático, las agresiones a la mar y la deforestación de los bosques. Mis exposiciones Cambio Climático. La perspectiva de una artista, La mar como yo la veo y Árboles a tu encuentro son protestas personales ante éstos.

—Yolanda del Riego. Madrid, 2016

Aurora Borealis. 1976. Grabado al linóleo.


YR en junto al lago Moraine en el Parque Nacional Banff, 1973.

YR en junto al lago Moraine en el Parque Nacional Banff, 1973.

El viaje a Alaska: la aventura de mi vida

En 1973 me trasladé con mi familia desde Portsmouth, New Hampshire a Anchorage. Atravesamos Canadá en coche de este a oeste deseando ver todo lo que probablemente no volveríamos a visitar en nuestras vidas. Este viaje de unos 7.600 km. nos llevó algo más de cuatro semanas y fue una de las aventuras más fantásticas de mi vida.

No me olvidaré nunca de los paisajes majestuosos de las Canadian Rocky Mountains, o de los parques nacionales de Banff y Jasper. Subiendo British Columbia hacia el norte, llegamos a Dawson Creek, donde empieza la carretera que une Alaska con Canadá (conocida como el ALCAN). Los 2.000 km. del ALCAN que recorrimos fueron toda una aventura. En aquella carretera, de tierra y por la que apenas pasaban coches, los lugares donde uno podía comer, repostar o dormir eran pocos y distantes entre sí. El Milepost era el libro imprescindible para saber los puntos kilométricos, o postes de millas, donde se encontraban estos servicios, lugares que muchas veces no eran ni pueblos.

En el camino pasábamos por antiguos pueblos abandonados, con sus saloon y demás edificaciones, y parecía que en cualquier momento se poblarían como para una película del lejano oeste. La llegada a Whitehorse, a mitad del camino, fue impactante. La que fue capital de la fiebre del oro de Klondike, con sus algo más de 5.000 habitantes, nos pareció toda una ciudad.

Continuando por el Yukon Territory, donde la presencia frecuente de osos negros y alces nos hacía ser conscientes de que estábamos invadiendo su territorio, llegamos a Tok, la primera población de Alaska —que no era más que una gasolinera y un motel de trailers.

Viví siete años en Anchorage. Era ya una ciudad, de unos 30.000 habitantes, cuando llegué en 1973. Fui testigo del crecimiento acelerado que trajo la construcción del oleoducto desde Prudhoe Bay al puerto de Valdez y no me pareció que la calidad de vida mejorase con el aumento de la población.